FAVIOLA MOLINA ENTREVISTA A MARGARITA BELANDRIA


19/5/2011

Por: Faviola Molina

Entrevista  para la realización de un trabajo sobre Historiografía Regional.  Cátedra de Historia y Geografía Regional. Universidad Nacional Abierta
Título del trabajo «PERFIL HISTORIOGRÁFICO DE MARGARITA BELANDRIA»

-Comencemos por sus orígenes familiares, puesto que lo primero, es lo que da comienzo y lo que estructura al ser humano que eres… ¿Canaguá y su familia? ¿Los primeros y principales recuerdos de su vida en este pueblo andino?

Nací en la Aldea de Guaimaral. Mis padres, que ya están fallecidos, son Pedro José Belandria y María Teodolinda Rodríguez. Tuvieron quince hijos de los cuales crecimos doce. Cuando yo tenía nueve meses de nacida mis padres se mudaron a vivir en la Aldea El Naranjo, de Mucuchachí, donde se llegaba a lomo de mula durante tres días de camino. Allí mi madre era maestra en la Escuela Estadal Nº 125, fundada por ella y en la cual trabajó durante más de treinta años. De esa aldea salí por primera vez al pueblo de Canaguá a los ocho años de edad. Recuerdo entonces la extraordinaria conmoción que sentí cuando escuché por primera vez un carro y salí corriendo a conocerlo, mi corazón daba vuelcos entre susto y alegría. Inolvidables son también los paseos fuera del pueblo, al Valle y al Rio Arriba, a la Villa, al Río de Canaguá a echarnos chapuzones en unos pozos profundos y bellos que había, desde unos enormes piedrones; las fiestas navideñas y la lectura del testamento de Año Viejo en la Plaza Bolívar. Era muy divertido ese espectáculo que congregaba a todo el pueblo en la Plaza para reír a gusto por las herencias que a cada familia le iba dejando el Año Viejo. En una oportunidad, como mi cuñado Adonai asoleaba café en la calle, entonces el Año Viejo le dejó en el testamento un patio para que asoleara el café y no anduviese estorbando a los choferes. No estoy segura de quién redactaba el testamento, creo que eran Teodulfo Sosa, Pepe Corti, entre otros.
Pero el recuerdo más importante de esa época es mi nona Basilia, que era la abuela de mi mamá y se llamaba Basilia Molina de Lobo. Tenía fama de ser una mujer intransigente y muy severa, y lo era. Imponía una disciplina muy rígida. Nos hacía levantar a las cuatro de la mañana a estudiar porque, según ella, esa era la mejor hora, pero a las cuatro yo me estaba muriendo de sueño puesto que recién me acababa de dormir. Entre otras tareas de la casa, me tocaba tostar el café y molerlo, eso me daba una gran pereza, porque eran aproximadamente dos kilos y me parecía un trabajo excesivo para una niña como yo, realmente me cansaba mucho. Para abreviar el trabajo yo iba moliendo y una puñada se la echaba a la tolva del molino y otra la echaba por un huequito de la pared que daba hacia el solar de la casa vecina. Una tarde cuando llegué de la escuela mi nona me sirvió la comida y después, como a los veinte minutos, con cara de brava me llevó fuertemente de la mano rumbo al solar y al traspasar el lindero de la vecina me asusté mucho y me dije aquí pasa algo grave. Me llevó hasta donde había un enorme montón de café tostado ya estropeado por la intemperie, y al ver allí mi fechoría me eché a llorar de vergüenza. Mi nona me regañó y me dio varios latigazos con un rejo de cuero crudo torcido. A los días, cuando papá vino a visitarnos, ella, como siempre, le rendía cuentas de mi comportamiento. Al mencionar el asunto del café él se aprestó de inmediato a castigarme, pero mi nona Basilia lo frenó rápidamente: «No, Pedro, yo ya la castigue por eso». Creo que esa fue la primera lección de justicia que tuve en la vida, que la entendí más tarde, con el tiempo, porque en ese momento y a los ocho o nueve años lo que quedé fue confundida pensando «es mala pero es buena»… Ese día sentí por primera vez cariño y agradecimiento hacia ella, que al cabo se fue tornando en inmensa admiración, pues, entre otras grandes virtudes, ni castigaba a nadie con hambre ni dos veces por la misma falta. Hay otro recuerdo que es preciso mencionar y es que yo me desvivía por comer en el comedor de la escuela; el olor de la comida me fascinaba, pero no me dejaban entrar porque no estaba registrada en la lista. Un día el maestro Enrique Mora, que estaba encargado de dejar pasar al comedor, me miró a los ojos, se quedó pensando unos segundos y me dijo en tono cariñoso y confidencial, como si estuviese infringiendo una regla: pase. Fue un día inolvidable.

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Su vida de estudiante en primaria y en bachillerato, ¿dónde transcurren? ¿Algunos obstáculos que debiste saber sortear? ¿Desde entonces ya sabías que tenías una fuerte vena literaria?


Desde la infancia mi vida de estudiante fue bastante irregular y accidentada. Por distintas razones. La primera porque éramos una familia muy numerosa, motivo por el cual no alcanzaban los recursos para pagarnos residencia y colegios aquí en Mérida. En esos tiempos en Canaguá y Mucuchachí sólo había escuelas hasta el sexto grado. Además vivíamos en esa lejana aldea de El Naranjo que ya mencioné. De modo que la única manera de que pudiésemos estudiar era en casa de algún familiar en Canaguá, o en Mérida, pero teníamos que turnarnos para las estadías, así que uno o dos años seguidos estudiaba una de mis hermanas y otros dos años seguidos yo y así sucesivamente; un año estudiando, dos años sin estudiar, a como fuera viniendo. No tuve, pues, una escolaridad regular e intensiva, de pasar directamente de primaria para secundaria y para la universidad. Mis estudios formales se iban haciendo en la medida en que se iba pudiendo. La primaria la hice hasta el segundo grado en El Naranjo, en la Escuela de mi mamá, el tercer grado en Canaguá, cuarto y quinto en el Grupo Godoy de Mérida y el sexto otra vez en Canaguá. La secundaria la estudié en varios liceos nocturnos y sabatinos en varios lugares del país. Sólo cuando me inscribí en la Universidad de Los Andes me empiné por encima de las dificultades hasta graduarme. Pero lo que sí fue constante en todo momento de mi vida fue la lectura de buenos libros y el uso del diccionario, además de una gramática que siempre me acompañó titulada “Composición” de Joaquín Añorga. En mi infancia, cuando mi hermano mayor estudiaba bachillerato, llegaba a casa, en vacaciones, con cajas de libros, que papá y mamá le había comprado para sus estudios. Fue ahí cuando empecé a familiarizarme con la Ilíada y la Odisea y otros clásicos. Esas narraciones me causaban fascinación, y les contaba a mis hermanitos menores lo que yo leía, especialmente los cuentos de Las mil y una noches, la novela de Genoveva de Brabante que nos hacía llorar… Desde entonces sentí la necesidad de escribir. Mis primeros escritos fueron principalmente cartas de amor por encargo, y también de mi propiedad. Más tarde, cuentos también por encargo de amigas que estudiaban en el Liceo, y resúmenes de novelas, exigidos por sus profesores de castellano y literatura; encargos que yo cumplía muy gustosa y totalmente ‘ad honorem’.
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Entre sus viejos familiares y paisanos de Canaguá: ¿alguna influencia muy particular para la superación profesional e intelectual…?


Fui afortunada de contar con la tenacidad, el temple y el buen ejemplo de toda mi familia para el estudio y el trabajo. Empezando por mi nona Basilia, que ya la nombré, y su hijo, mi tío Teodoro Molina, que contribuyeron en mucho a echar las bases de nuestra formación. «Hay que estudiar para salir adelante» era el lema de todo nuestro entorno familiar. Mis padres procuraban que en casa hubiese libros y revistas, cuadernos y lápices, y dentro de tantas responsabilidades siempre encontraban un rato libre para leer. Pues no basta que en una casa haya libros. Si un niño ve que sus padres ignoran los libros, lo más seguro es que el niño tienda a ignorarlos también. Es entonces con el ejemplo como mejor se enseña, y los hermanos menores van aprendiendo de los hermanos mayores. Mi hermana mayor, Elda, que era enfermera en la Medicatura, me enseñó a inyectar y a curar heridas. En esa época la enfermera del pueblo también tenía que salir a los campos aledaños a cuidar de los enfermos, cambiarles el suero o limpiar heridas, etc., entonces yo le ayudaba en todo eso. Ella confiaba en mí y me permitía realizar esas labores, lo que yo sentía como un gran privilegio. En realidad conté con buena influencia y apoyo familiar. De los paisanos, puedo nombrar a Luz Noguera y Teresita Mora, con quienes compartí libros y lecturas durante mi adolescencia en Canaguá; dos amigas inolvidables.

- La estudiante universitaria que fuiste: Háblanos de los primeros profesores y autores de los que más te marcaron: ¿Cuáles fueron… su eco está vigente…?

Esa fue una de las más lindas etapas de mi vida. La viví a plenitud, estudiando y luchando por las causas justas como hacen la mayoría de los estudiantes. De mis estudios de pregrado recuerdo con especial deferencia a los profesores Jorge Albornoz Olivier, Oscar Rivas Lamus, Jesús Odúber y Benito Pérez Rivas. Los mayores y decisivos aportes a mi educación fueron mis estudios en la Maestría de Filosofía. Allí tuve la dicha de tener sabios y queridos profesores como Andrés Suzzarini, Alberto Rosales, Alberto Arvelo, Eduardo Vásquez y Angel Cappelletti. En cuanto a los autores, siempre he tenido predilección por los clásicos, especialmente Platón, Aristóteles y Kant. Mi tesis de Maestría la hice sobre un tema de la filosofía práctica de Kant, con la tutoría de Alberto Rosales, de quien aprendí la responsabilidad y el rigor con que hay que estudiar y asumir los fenómenos del conocimiento, porque la filosofía no es una divagación ni un palabrerío hueco, sino una manera de aproximarse responsable y objetivamente a la naturaleza de las cosas.
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Su vida al frente de Coordinación de la Maestría de Filosofía en la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes… ¿cómo hacer para distinguirse entre semejante responsabilidad y llevar los otros oficios de escritora, pensadora, ensayista, y mujer de hogar…?


Haciendo magia con la tecnología. Me apoyo mucho en el teléfono y la Internet. Pero por encima de todo, un estupendo equipo de trabajo entre los que se encuentran Andrés Suzzarini, Mayda Hočevar, Gladys Portuondo, Ana Karina Gil, Sindy Maldonado, y mis hijos Pedro, Miguel y Leo. Sin esta gente bella y valiosa difícilmente podría llevar a cabo mis labores.

- El elemento religioso que caracteriza al andino y al surmerideño en particular: ¿Cómo estuvo presente en su familia?

Toda mi familia en general venía de una tradición católica practicante. En mi casa todas las noches antes de acostarnos se rezaba el rosario en familia. En mis estadías con mi nona Basilia aprendí también a rezar el Trisagio, un rosario u oración que contiene versos muy bellos y que no se rezaba todo el tiempo sino sólo en momentos supremos. Naturalmente, en mi familia no sólo se rezaba sino también se cumplía con todos los sacramentos y las obligaciones que la iglesia imponía, como pagar los diezmos, hacer los primeros viernes, que era confesarse y comulgar el primer viernes del mes, hacer promesas a los santos y cumplirlas, etc. Los primeros libros que tuve en mis manos fueron la Biblia, La Sagrada Familia, otro que se llamaba “La familia regulada”, y un libro del Padre Claret, entre otros que ahora no recuerdo. Siendo adolescente empecé a cuestionarme y empezó mi rebeldía. El libro del Padre Claret dejó de atraerme porque contenía muchos consejos que consideré inconvenientes, «no dejar a las hijas que hablen a solas con los hombres», ese consejo no me gustó y escondía el libro para que mis padres no lo leyeran. Pero, en fin, una vez franqueados los temores de infiernos y pecados y resentimientos que las cargas religiosas suelen infligir, siento que de todo eso quedó en mí un sedimento que me reúne en amorosa paz con la memoria de mis padres.
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¿Pero, todo eso sirvió de algo?


Es posible que sí. Creo que sirvió, que a veces atajó ciertos impulsos que más me hubiesen complicado la vida. Ahora, con la serenidad de mis años, continúo leyendo la Biblia como lo que siempre me pareció: un buen libro de cuento, historia y poesía.
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¿Qué conservas de la fe de sus viejos…?


Eso, justamente, la fe. La fe en las fuerzas de la vida. La fe en mí misma, en las tareas que me propongo. Muchas cosas que fui entresacando como quien le limpia a un jardín la maleza. Y tal como hacía mi madre, suelo encender una velita en los momentos difíciles.

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¿Cuál es la razón para estudiar y para entrarle a la filosofía con tanta pasión…?


El deseo de no ser ignorante y las ganas de libertad. Que se disparan justamente al uno darse cuenta de que vivimos como atados en la caverna que Platón muy bien describiera al principio del libro séptimo de su diálogo la República. Pues sólo el conocimiento nos da libertad de espíritu.

- Muchos escritores y pensadores venezolanos como Emeterio Gómez han estado escribiendo sobre la quiebra o crisis profunda de la filosofía occidental por considerar que no han resuelto los problemas fundamentales del ser humano y por no imbricarse con otras áreas vitales de lo humano como es la espiritualidad, por ejemplo. Al respecto, ¿qué opinión te merece, desde su encuentro con la filosofía, tales posturas…?

A mi modo de ver la filosofía es lo más espiritual que hay. Es por su mediación que el ser humano puede alzarse desde la bestia a la divinidad; desde las tinieblas a la claridad. Llegar a ser plenamente humano. No creo en esas crisis de las que se habla quizás por no saber precisamente qué es la filosofía. El filósofo venezolano Alberto Rosales ha tratado sabiamente ese tema en conferencias y en un libro que se llama “Unidad en la dispersión”, publicado por la Universidad de Los Andes en el año 2006.
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¿Cuál es el escritor o escritores merideños, de los contemporáneos, y que están produciendo actualmente, que más admiras?


Hay varios. Merideños, de nacimiento, Ricardo Gil Otaiza y Arturo Mora. Pero Mérida cuenta, además, con otros muy buenos escritores llegados de diversos lugares del país, entre los cuales se me vienen a la mente María Luisa Lázaro, Mireya Krispin, Ednodio Quintero, José Manuel Briceño Guerrero… Hay, sin embargo, alguien muy especial, merideño de corazón y a quien más admiro que es Andrés Suzzarini, escritor de ensayo y prosista excepcional.
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Las menciones honoríficas, los premios y reconocimientos, por ejemplo, los otorgados por la Asociación de Escritores de Mérida (AEM) en el Concurso de Narrativa y en el Concurso de Poesía, ¿cómo lo vives en su vida familiar, personal y profesional…?
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De una manera normal, y agradecida pero sin aspavientos. Los incorporo en mi currículum y los guardo muy cariñosamente entre alguna carpeta.

- ¿Cuál fue su primer chispazo de inspiración para escribir una novela tan original y bien recibida por la crítica literaria como es “Qué bien suena este llanto”…?

Creo que fue el poema de Rubén Darío «Margarita, está linda la mar», básicamente porque mi madre me lo recitó desde mi infancia. Luego, en muchas circunstancias de mi vida, fui festejada con esa frase inicial del poema.

- ¿Podría decirse entonces que se trata de una novela autobiográfica?

No, no es así. Jorge Luis Borges decía que toda literatura es autobiográfica, pero ese decir hay que entenderlo no de esa manera tan general como lo enuncia, pues habría que pensar entonces que todos los cuentos de Borges están referidos a hechos y circunstancias de su vida y por lo menos el cuento de “La intrusa” lo dejaría muy mal parado. Hay que entenderlo entonces con otra significación, que lo que un autor escribe está relacionado con algo que lo ha tocado de alguna manera, de la cercanía con las cosas y la vida de la gente. En este sentido, “Qué bien suena este llanto” es una novela de ficción, inspirada en la realidad, naturalmente, pero que tiene muy poco que ver o nada con mi vida personal.

- ¿Ha tenido algún otro escritor latinoamericano alguna influencia en su estilo y forma literaria?

Me parece que en el alma de cada escritor persiste alguna resonancia de ciertas lecturas y autores preferidos. En el caso de mi novela “Qué bien suena este llanto” algunos lectores han creído percibir ecos de García Márquez. Es posible que sea así puesto que él es el preferido entre mis autores latinoamericanos favoritos, pero de ser así fue porque se “coló”, así entre comillas, pues en plena conciencia creo que ningún escritor quiere parecerse a otro.
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¿Ese lado pérfido de la naturaleza humana del andino y del llanero, machista y sometedor, que muestras en la novela “Qué bien suena este llanto” lo consideras como un arquetipo (casi imposible de superar) en la sociedad andina? ¿En Canaguá, y el Sur de Mérida en general, piensas que acontece algo semejante...?


Creo que ese modelo masculino existe en todo el planeta. Basta ver lo que ocurre con las niñas y las mujeres en China y otros países asiáticos y africanos; basta detenerse a escuchar los chistes que tanto hacen reír a la gente, no todos, por supuesto; las canciones populares, especialmente la mayoría de los corridos y rancheras que canta Antonio Aguilar, con sus intercalaciones de greñuda, rompecatres, y escuchadas con beneplácito no solamente por analfabetas en los botiquines de los pueblos; muchas canciones argentinas, como el tango que se titula “Amablemente”. Pienso que las creaciones del imaginario popular constituyen una suerte de termómetro para medir el grado y tipo de cultura de una sociedad. Lo realmente excepcional es que haya hombres con una clara comprensión de la naturaleza de la mujer, de sus extraordinarias capacidades biológicas, intelectuales y espirituales, y esta excepcionalidad generalmente ocurre entre los que poseen un mejor nivel de educación, pero no necesariamente. Sin embargo, se está perfilando una nueva generación de jóvenes que van dando al traste con esa inveterada tradición; jóvenes que comparten generosamente y hasta con elegancia y buen gusto las labores domésticas, convirtiéndolas casi en un arte.

-¿Cuál crees que sea la manera de erradicar esa actitud contra la mujer, de lograr su liberación?

No se trata solamente de la liberación de la mujer sino del hombre también. Ambos han vivido como en una especie de atrapamiento por creencias y actitudes atávicas. Pero eso tendría que empezar por la mujer misma. La mujer debe convertirse en autora de su propia emancipación. Y es mediante la reflexión, el estudio, el trabajo y su cultivo personal que puede librarse del tutelaje masculino. Mientras la mujer esté esperando que un hombre venga a resolverle su vida económica, material y emocional, en esa medida está apuntalando su propio vasallaje. La mujer principalmente y los hombres en general deberían suprimir de sus mentes ese cúmulo de creencias de que la mujer necesita de un hombre que la represente y la proteja, que es inferior en fuerzas físicas. Nada más falso que eso; el hecho de que existen mujeres científicas, astronautas, capaces de manejar un taladro, excavar una mina, que conducen grúas, camiones, aviones, etc., desmiente palmariamente cualquier tipo de inferioridad. Si la mujer es capaz de gestar y parir un hijo, es físicamente capaz de asumir cualquier fuerza, ayudada de la palanca, claro está, como lo hacen los hombres. La historia está llena de mujeres sabias y valerosas, en todos los campos, que nos deberían servir de ejemplo.

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Ahora vamos a los proyectos. ¿Estás actualmente en algún nuevo proyecto literario o de investigación para la academia del que puedas comentar; adelantar algo…?


Sí, ambas cosas, entre otras varias. Una novela titulada “Flores de azar”, qué está a medio camino; un libro de cuentos también sin terminar. Por el otro lado, junto con los profesores Pompeyo Ramis y Andrés Suzzarini hemos fundado el “Grupo de investigaciones sobre lógica y filosofía del lenguaje”, adscrito a la Maestría de Filosofía, el cual tiene como propósito impulsar los estudios de lógica y lenguaje, con la mirada puesta en el cultivo permanente del pensamiento racional, lo que a mi modo de ver contribuiría a elevar la conciencia social.

-Cuando hablas de la “conciencia social” ¿se trata de la gente en general, del país?

Sí, a eso me refiero. De la conciencia ciudadana. Cuando la ciudadanía carece de una eficiente formación y conciencia del lenguaje, puede caer en engaños.

- ¿Cómo puede uno engañarse a sí mismo?

Muy fácil. Y es lo que a menudo suele ocurrir. La vida diaria transcurre en un mundo de creencias y opiniones; de creencias heredadas y de las que vamos recogiendo en el día a día. Damos por sentadas y ciertas muchas cosas que en realidad no lo son, de donde derivan miedos, fobias, fanatismos políticos, fanatismos religiosos, en fin, una multitud de fantasmas emocionales que restan sentimientos de paz y belleza a nuestras vidas. En su mayoría son cosas de las que casi nunca dudamos, pero que no resistirían un examen bajo el lente de la razón.

- ¿Piensas entonces que no hay suficiente formación en estas áreas del conocimiento, en lógica y lenguaje?

Ciertamente, así es. En la escuela primaria y secundaria se ha venido dando más relevancia a otras áreas que a las materias primordiales para la educación del intelecto, como son el lenguaje, la lógica y la matemática. A los niños se les enseña a leer sin enseñarles el alfabeto, y quien desconoce el orden alfabético queda impedido, entre otras cosas, para usar el diccionario y las bibliotecas. El pensamiento lógico se va desarrollando, justamente, a través de estos aprendizajes, cuando se aprenden las reglas ortográficas, que incluyen el uso del acento y la puntuación; cuando se distingue el sujeto del predicado; cuando se distinguen los distintos oficios que cumplen las palabras en la oración, de sustantivo, adjetivo, verbo, adverbio, etc., como lo manda el más grande Libertador de América que es Don Andrés Bello; cuando se conjugan los verbos y se aprenden sus modos; cuando se aprende a sumar, restar, multiplicar y dividir. Todo eso es lo que va construyendo los cimientos del pensamiento racional. Incluso la caligrafía, hoy tan olvidada, además de su belleza es un excelente ejercicio para el fortalecimiento intelectual. El asunto es que esa no puede ser una enseñanza muerta y de mera repetición. Se trata de una enseñanza viva, que palpite en el alma del estudiante y allí se guarde para siempre con amor. Es a través de la lectura que se deben ir enseñando los distintos elementos gramaticales; a través de la lectura edificante y placentera, que es la literatura de los buenos autores.

- De Canaguá han surgido otros escritores de talla nacional, poetas, historiadores, ingenieros, etc., pero conoces algún otro con vida académica y a quien también se le pudiera distinguir con el título de filósofo o filósofa, hijo(a) de Canaguá?

No sabría decirle. Es muy probable que existan, si atendemos a que es filósofo el que es amante del saber, como es mi caso.